Mi pelo se estaba cayendo cada vez más…

Nos habíamos quedado en mi visita al dermatólogo por mi Alopecia…

Fui sola, ya que soy de esas personas que aunque se les note a kilómetros cuando están mal y preocupadas, hacen lo imposible por estar bien, para no preocupar a las personas que más quiere.

Cuando entré a la consulta, sabía perfectamente lo que iban a decirme, aunque como digo, quería negarlo.

Entré, me senté y le conté al doctor como estaba avanzando mi enfermedad.

Mi médico es de esos que sonríen ante todo, que se toman la vida como un regalo.

Me dio la noticia, pero en todo momento fue claro y sincero conmigo, recuerdo cuando me dijo «Alopecia Areata universal», «no tiene cura».

Alopecia areata universal

Realmente se agradece esa franqueza; ya que creo que ilusionarse con algo que no pasará no, es plato de buen gusto.

Supongo que habrá casos en los que la medicación funcione, pero yo me negué a probar suerte.

Pensé que lo mejor para mi salud era no tomar nada.

¿Piénsalo?…medicación de por vida…inyecciones, champús carísimos y ampollas que prometen un milagro.

¿Realmente merece la pena?, para mí no. 

Preferí seguir caminando por el camino que me había tocado, como ya he mencionado, soy de esas personas que creen en el destino, en que las cosas pasan por algo.

Salí de la consulta y fui a casa.

Allí me esperaba mi madre, al entrar mi cara lo dijo todo.

Estaba triste, pero acompañaba las frases con un típico «no pasa nada estoy bien».

Hasta que rompí a llorar….

Fue como esas ocasiones en las que piensas… ¿por qué?, ¿Por qué me pasa a mí esto?. Por mucho que creyera en el destino, en ese preciso momento mi cabeza solo pensaba que eso no estaba pasando.

Mi madre me abrazó, aunque ella estaba más triste que yo…, y es que las madres sienten nuestro dolor por duplicado.

Recuerdo que esa tarde fui a IKEA con mi hermana, de una forma tan normal, como si de verdad nada estuviera pasando.

Pero al llegar a casa la realidad era muy distinta.

Hay muchas cosas que contaré aquí y que no he contado a nadie, que eran mías solamente, pero que ahora también sabrás tú.

Cada noche lloraba hasta que me dolían los ojos, cuando cerraba la puerta de mi cuarto recogía los pelos que había en mi almohada, y los guardaba en una bolsita de estas típicas para bocadillos con cierre hermético. 

Recuerdo la raíz de aquellos pelos, una raíz recubierta por una especie de gelatina.

Pero aún no sabía cómo asimilar la situación.

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Chikiyilla

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